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kiosko de poesía número 29 |
ATARDECER EN LA PLAYA DE RIANXO
La tarde era sombría y una playa minúscula como yo nunca habría imaginado nos ponía de acuerdo en lo más básico: el ruido de las olas guarda un bosque y era verde el color del horizonte.
Yo me quedé dormido porque a veces la vida te concede un deseo.
Tus muslos me aguantaban la cabeza porque sabes sin duda la altura de mis sueños.
Entonces el invierno hizo un amago y el bar se quedó sólo como aquellos dos cuerpos en la orilla que ya no eran los nuestros.
CARPE DIEM A José Cantabella
PORQUE tus palabras son la temprana sonrisa de los días y tu sol deslumbra las venenosas soledades, aprovecharé mis dolores, venceré el mandato de la purpúrea muerte de recordar el polvo y la nada, atravesaré la lluvia y la pereza hasta ti, desde el invierno.
De septiembre
La habitación cuenta el verano con luz de septiembre y teme. La ventana ya no asoma al calor de esta ciudad donde han vivido solos todos nuestros besos. Y teme. La luz anuncia la mudanza de los que no quieren moverse porque el espacio no devore, y temen. Otro filo y otro inicio, amor, otoño en las cuencas de las manos, batir de alas al caer la tarde, y llueve.
TEMPORADA DE
LLUVIAS
Ya no temes la noche como cuando eras niña.
Ahuyentas los fantasmas con naturalidad, como amanece siempre.
También hoy ha llovido. La calle, que es de barro y de pisadas, de tormenta que insiste y asoma por las mismas cordilleras, se ha llenado de charcos.
Es día laborable y nada extraordinario: la caída de un ángel en la playa, la llegada de John, el marinero que prometió su vuelta a Lidia.
Por un momento vuelves la mirada, te detienes en busca del que espera sentado bajo el quicio de una puerta por la que ya no pasas.
Mañana volverás a ver la lluvia. Es cuestión de rutina y de pronósticos.
Sentido de la orientación
Por mi mal sentido de la orientación, mis problemas de lateralidad y mi despiste, puede ocurrir que a veces despierte sobre la cama incorrecta, que me coloque los párpados del revés o me meta en unos zapatos ajenos y no sepa doblar los pies por dentro.
Por mi incapacidad para medir distancias acostumbro a situarme delante o detrás del espacio previsto, un paso a la derecha o a la izquierda, y amanezco preguntando a los taxistas cómo tengo que colocar el mundo para regresar a casa.
Martín LucíaIngravidezMurieron los relojes. Las manecillas silenciaron. No se oyó voz alguna. Solo el silencio, ese silencio que vale por todo lo que dice, más que por lo que calla. Me senté en tus ojos y olvidé el susurro del alba.
Todos los lugares del mundo
Al hombre que imaginé en tus ojos
Parecías pertenecer a todos los lugares del mundo, cuando callabas.
Tenías los ojos nórdicos, la piel eslava, el pelo toscano, la espalda mediterránea, el vello gaélico, las caderas normandas, los huesos espartanos, las rodillas italianas, los pies árabes, las manos griegas,
el cuerpo de la misma tierra donde el sol ilumina las desiertas playas y las casas encaladas, cada atardecer dorado de otoño,
y la sonrisa mágica, como las gentes del lugar donde el gélido hielo cubre las aguas, y junto al fuego se cuentan leyendas y cuentos.
Eras todas las culturas, todas las lenguas, todos los pueblos, todas las cosas que las gentes comparten:
la rabia, el afecto, la alegría, el desengaño, la vida, el deseo, el orgullo, la palabra, el paso vagando por la tristeza.
Merodeando por la certeza de una búsqueda inacabada, eras donde siempre quise morar, cuando callabas.
TODOS A LA VEZ
Sí a la familia. Sí a los amigos. Sí a los conocidos. Sí a los compañeros de trabajo. Sí al quiosquero y al zapatero. Sí a los de la puerta de al lado. Sí a ti.
No a todos a la vez.
La patria es un café al que desciende, bajo un fragor de lluvia, estremecida, su plena luz de arcángel suburbano, florida de castaños, desvelada de augurios y urgencia metafísica.
A trocarme ese absurdo rebaño de la pena por guiños y candiles, verdad perecedera, parábolas de musas y viajeros, o ayudarme a cruzar a través suyo, salvar de sur a norte las barricas.
Hasta la incierta hora en que gravita el aura de la ausencia entre sus labios, y el vaho del amor fermenta los silencios, en la borra de un pocillo abandonado.
[10]
Ya no revuelves la
ropa
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