Ángeles Mora
JUEGOS ENTRE LA LLUVIA
He leído un
poema
y de pronto me
envuelve
aquel aire de
enero.
Parece que su
ráfaga
helada me
azotara
de nuevo
como el látigo
blanco de la
lluvia.
Recuerda:
has vuelto de
Madrid.
Es el tren de
las ocho.
En el andén te
roza la mañana fría
como las manos
que me ofreces,
como el pálido
rostro que me acercas.
Y luego mi
mejilla despierta
igual que si la
nieve la abrasara.
Recuerdo aquel
enero
volcado en un
poema:
el frío, la
lluvia,
el fuego,
tu gabardina.
(de Juegos
entre la lluvia Vitolas del Anaïs, número 18)
Carlos Casado Cuevas
TROPIEZOS
Doy pasos
dentro de mi cueva,
en el mundo del
sentimiento,
allí donde se
vacía el alma
allí donde
nunca se llena,
allí donde
calla el sabio
ante
locuacidades tercas
y el tiempo que
se gasta.
Camino
despacio, lento,
guardando ruido
que sobra
en cestas de
la compra,
sin saltos de
alegría
ni guiños de
torpeza,
rechazo aromas
de fuego,
sigo impulsos
primitivos
tras la
corriente del viento,
me dejo llevar
como hojas
desprendidas de
mi otoño,
entre lazos que
aprisionan
o cadenas en
escarpia eterna.
Desato las
manos del deseo
cuanto más bajo
me siento,
salgo al sol de
pasiones
y me aturden
otros ruidos,
aturdido corro
sin horizonte
Carlos Martín
TRINCHERA
Pasar revista a
tu cuerpo
y llevarme a la
boca
el pan blanco
de tu piel
mientras se
tuesta en la arena.
Ruborizarme
todavía
a estas alturas
con la visión
de tu sexo
húmedo bajo el
bikini.
No olvido
la tediosa
guerra
de este
apéndice
que con
frecuencia
a mí me sobra
y a ti te
falta.
Honorio Poveda
Colgado de una nube de algodón
Entre copos congelados de esperanza
Recuerdos olvidados de un amor
Y unos ojos que se inundan de añoranza
Nostalgias que se quiebran del pasado
De unos sueños acabados sin querer
Que lloran y se rompen en pedazos
Como espejo que se acaba de romper
Sumido en la penumbra del olvido
Atrapado por las fauces del hastío
Esperando un nuevo día sólo vivo
Otro amanecer y tú en el mío.
Ignacio Gago
El sol en su crepúsculo
una tarde
cualquiera del otoño pasado.
Nos sorprende
la noche conduciendo.
Ejércitos de
olivos, uniformes,
iguales en la
tierra.
Un disco
original de Janis Joplin.
De repente
llegamos sin saberlo
-carreteras,
caminos, autopistas,
más allá de los
cruces y glorietas-
a un cambio de
sentido.
(de Peligro de Ignominia)
Javier Bozalongo
VIAJEROS
El viaje que
recuerdo
deja un rastro
de tiza
señalando el
sendero,
deja una huella
frágil
a pesar del
cansancio.
Cómo saber si
acaba,
si en el último
puerto
después de
tanto invierno,
apenas ya
seremos
ni la sombra de
aquellos que partieron.
(de
Distancia razonable Vitolas del Anaïs, número 16)
José María Contreras
RIGOR MORTIS
No lo niego
(hacerlo sería
de cobardes):
sufro
inconmensurablemente.
Sin embargo,
a veces,
siento algo
parecido a la felicidad,
no lo es porque
dura poco,
pero siento
algo diferente
al sufrimiento
puro y duro,
el cual, ha
encontrando un hábitat,
un lugar donde
reproducirse:
mi alma.
Quizá sea
producto de la necesidad de sentir,
sentir algo,
sea lo que sea,
a cualquier
precio
aunque no sea
el revólver del amor,
pero
sentimiento al fin y al cabo:
sentir por
sentir
(vivir para
morir).
Después entro.
Entro aquí que
no allí,
y mi corazón se
endurece
con el contacto
del hondo sin sentido,
con la soledad
sin retorno
y la frialdad
de este folio.
Y siento haber
sido defraudado
antes de haber
soñado:
no defraudado
por la mujer desnuda de palabras,
ni por el dios
de las máscaras hervidas,
ni por el
júbilo de los rasca-cielos,
ni por los ajos
de oculta policromía,
pero sí por
todos ellos.
Es decepción en
estado puro,
sin atributos
ni comillas,
sólo decepción,
sólo
sentimiento.
Haber nacido ya
decepcionado.
Haber tenido un
nacimiento ya deprimido,
ya triste,
ya solo,
con ausencia de
plenitudes,
de esperanza,
de luz al fin y
al cabo.
Haber nacido
muerto,
con los únicos
conceptos de la tristeza y la muerte
(la hondura de
la oscuridad).
No nacer en
acto ni en potencia de nada,
nacer triste
simplemente.
Es como luchar
para mantenerme engañado
a toda costa.
Saber que mi
única misión es sentirme
(por tiempo
limitado) defraudado,
no sólo por la
mujer desnuda de palabras,
ni por los ajos
de oculta policromía,
ni por el dios
de las máscaras hervidas,
ni por el
júbilo de los rasca-cielos,
pero sí por
todos ellos.
Por favor,
calla esa guitarra
porque miente.
Tempus fugit.
Al fin y al
cabo todo es sentir,
aunque sea
soledad sin carreteras
y tristeza sin
posibilidad de devolución:
sentir al fin y
al cabo.
Al menos tener
la neutralidad
de cualquier
escultura clásica,
al menos una
mirada hierática
que con su
pupila de piedra
seguirá
profundizando
en el dolor
humano.
¡Ah dolor
humano que hibernas en altillos!
Aunque inmóvil,
pero sintiendo.
Al menos esto
es mejor que nada
(qué
terrorífica palabra).
Quizá no tenga
sonrisas
pero siempre
tendré lágrimas.
Sin embargo,
a veces,
esta necesidad
de sentir
se vuelve
contra mí,
y los huecos
labios
de aquellos
cadáveres que observo
ahuecan los
míos,
porque todos
ellos
tienen impresa
en la frente
el oscuro
clavel de la muerte.
En las costuras
de su felicidad de trapo
se esconde la
tensión
de los dientes
que sufren
y que aprietan
hasta estrangular
a los nervios
del alma.
Y todo sin
hacer ruido.
Muy bajito.
Es entonces
cuando deseo
ahogar mi corazón en vinagre
y dormir.
No sentir,
no morir sin
que se trate de mi muerte.
No haber
nacido.
Es entonces
cuando todo me
da miedo
y siento que
soy vulnerable a todo:
todo tan
aterrador
y yo ante todo
tan vulnerable.
(Creo que el
temor empezó
al darme cuenta
de que había ciertos fantasmas
a los que no
frenaban mis sábanas.)
Al fin y al
cabo
sólo me queda
(por tiempo
limitado)
sentir por
sentir
(vivir por
vivir).
Maricarmen Martín Granados
Se me gasta
Tarifa
con su aire
novelesco y su sol de Macondo,
con su alma de
poniente y sus malos días de levante,
con su tiempo
medido con aspas de gigantes.
De pronto se me
gasta la velocidad del sí,
se me mezcla el
olor a octubre con la memoria,
y dan miedo los
silbos de los asesinos
apostados, como
siempre, en las esquinas.
Miedo me dan
las esquinas de Macondo.
Nieves Chillón
Cae un pájaro
Como una
constelación
Desprendida del
cóncavo
Navío de la
noche.
Un contorno de
luz
Se dibuja en la
mano
Del que
protege:
Incandescente
mapa,
Estigma
luminoso,
Deja a los
barcos sin estela
Y a las aves
sin guía.
Y no amanece
Porque la
Aurora aún duerme
Un sueño de
ginebra en las esferas
Bajo la mano
protectora.
(de Azul de
las aceras Vitolas del Anaïs, número 17)
Pablo Valdivia
flor
La sombra
desnuda aguarda
a otra sombra
que no llega.
La espera es
una flor agria.
fugitiva
Como en una
despedida,
el sol lo
arrasará todo.
Qué noche tan
fugitiva.
extranjero
Mirar rasgando
un espejo
y no ver más
que palabras:
el alma del
extranjero.
Pedro Cabrera
MI LENGUAJE
HA VENIDO
A través de mi vida he callado muchísimo
pues silencio querido acrisola experiencia.
Mis sentidos voraces conquistaron el mundo
en captura directa sin palabra intermedia..
He callado bastante. Los demás sí han hablado;
he sufrido sus voces y aguantado sus quejas,
fui, en butaca de patio, pertinaz auditorio
que silbó sus libelos y aplaudió sus arengas.
Pero el verbo ha infestado a mi oído paciente,
pero un virus facundo a mi oyente paciencia;
a orador candidato, a escritor pretendiente
ya pasé del oficio de guardar confidencia.
En mi pecho ha crecido un discurso infinito
que ha esperado tranquilo que llegara su época;
es el tiempo maduro de anunciar las espigas
de los trigos verbales, de decir la cosecha.
Mi lenguaje ha venido. Os diré lo que pienso,
os diré lo que siento sin ninguna reserva,
soplarán mis pulmones, vibrará mi garganta,
gritaré con mi boca, cantaré con mi lengua.
Rafael Juárez
A TRAVÉS DE LA BRISA
Cuando quiero
lavar mi corazón,
echo a andar
por atajos y caminos
y, aunque sean
siempre los mismos, son
distintos los
destinos.
A veces vuelvo
a la desolación
a través de la
brisa y de los trinos
y otras los
anodinos
pasos me llevan
a la exaltación.
Pero los libros
de Natalia Ginzburg,
casi cualquier
película y el mar
desinfectan mis
días.
Como la risa de
Pilar
y como estar
dentro de
algunas librerías.
Sandra Cámara
MORFEUS
No
era la primera vez que padecía insomnio, ni que el hielo le helaba la
espalda, la mente le traicionaba o él se perdía en el juego de la
desesperación.
Los
cuervos desfilaron en su ventana, sangrantes, durante toda la madrugada.
Chillaban, deliraban, revolcaban sus cuerpos en un aire espeso y cargado
de rumores. Volvían de su distribución habitual de sueños por las altas
cúpulas de las iglesias, las alcobas más sombrías y la paz insolente de
las celdas. Llegaban exhaustos al aposento, caníbales resueltos a devorar
a su dueño. Atravesaron uno a uno el cristal, con una violencia reprimida
durante décadas, e invadieron el habitáculo mohoso en el que él desgastaba
sus noches a la luz de una estúpida luna cambiante.
Llegaba el momento, y Morfeo vomitaba todos los sueños que aún quedaban
por entregar. Consciente de su final, rendía su cuerpo a las aves hostiles
que se ensañaban por derrocarle.
Debajo, la ciudad era un hervidero de locos que huían de sus literas,
dispuestos de nuevo a volver automáticos los infinitos gestos y las
muecas. Los árboles del norte habían desterrado ya sus raíces con la
intención de atrapar a todos los suicidas que anhelaban la muerte desde
sus copas.
Era
domingo y la humanidad entera se condenaba a eternos días sin amanecer.