el ojo que habla miguel ávila cabezas
Última modificación 18/03/04
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IL CAVALIERE SE ARREGLA LA JETA LOS TRES COMPAES TONTOS: TUMACH |
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IL CAVALIERE SE ARREGLA LA JETA Éste que veis aquí, aunque él no os mire, tiene cara de todo y de nada. (Es un magú, sin duda. La relación cabal de los contrarios). No pertenece a ninguna cofradía ni hermandad de santos y engominados varones, que besan el pie del cristo a la primera de cambio y pierden el culo por llevarlo a cuestas, y sin embargo sale en todas las procesiones del mundo enarbolando sin pudor el estandarte altivo de su desvergüenza, palabreja cuyo significado no es que ignore sino que le trae debidamente al pairo o, para ser más concretos, le suda los mismísimos colondrios, los compañones digo, que viene a ser un tanto más de lo mismo. Esclarecido prohombre de la itálica estirpe, para él la ley de la gravedad no cuenta o no rige de igual manera que para el resto de los mortales, incluyendo entre ellos a los coleccionistas de dimes y diretes, a las comadrejas con sotana y báculo y a los ordeñantes ansiosos de la ubre mediática. Yo no sé, con el clásico, si nació de padres ladrones pero sí me consta que lo hizo para marcar en su escudo la divisa que lo hace eterno: "Qui non despoja non fa l'amore". (O algo así). El asunto es que un día cualquiera de enero se nos fue para la Suiza del cuento y al mes justo de estancia secreta se trajo consigo un recauchutado de pómulos, orejas, barbilla y alforjas. Esto es, se quitó de encima las mollejas profanas que su contacto con el mundo, incluida una familia de ocas que equivocara su rumbo camino de las Américas, fue acumulando al paso de los días mendaces. Il cavaliere se arregló la jeta. ¿También la conciencia? ¿Qué es eso? ¿Dónde está? ¿Quién lo vende? ¿Cuánto vale? Tanta frialdad no cabe ni en el polo norte. El dios de la indiferencia mira a ningún sitio. Sólo le falta hablar y más hablar movida su boca de marrajo por la mano invisible del maestro ventrílocuo. Las mamachicho siguen entre nosotros, cándidas víctimas de siempre. ¡Forza Italia bella! (¡Viva mi España guapa!). |
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Esta mujer es un portento. Sirve tanto para un siete como para un diecisiete. La recordamos, antaño, con peineta y mantilla genuflexada ante el más santo de todos los santos por aquello de la canonización del Páter Amantísimo Don José María Escrivá de Balaguer, de igual nombre que otro Padre (detentador éste del omnímodo poder temporal, mirusté, más allá del bien y del mal), a quien últimamente le da por derramar no "lentas lágrimas sucias" de sus calzoncillos emocionales, que diría el poeta, sino agua de enero, odorífica y aromática, y limpia también como la patena donde nunca caerán las hostias que otros ya se encargan de repartir a mansalva allende las peligrosas fronteras de este mundo civilizado que nos ha tocado en suerte, con sus hipotecas, sus blancas navidades y sus rebajas de enero. Pero volvamos a ella, a Anita. Está que se sale de contento (y de la foto) embutida en su uniforme de geyperesa, mirando por encima del ojo delator (de hacerlo directamente ya se encarga el piloto de la parte trasera), como si el mílite alborozo le hubiese congelado la sangre de arriba a abajo y de abajo hacia más arriba, con ese su doble casco y el chaleco antiloquesea no comprado precisamente en las ofertas de Alcampo o del Corte Inglés (una vez más "por citar", aunque todo, insistimos, se habrá de andar... y vender). ¿Ha sido Ana tal vez sorprendida por la cámara indiscreta en el momento justo y culminante del clímax climático? ¿Llega o se va? Bien es cierto que, a ojo de buen cubero, entendido en ciertas lides, tal parece que no se haya ido todavía... pero está sin duda a punto. Crionizada aún como se encuentra por el embeleco que le produce el uniforme que así la calza. ¡Un momento! ¡Respira! ¿No lo notáis, su aliento desbocado, por detrás de la doble pechera? ¡Es nuestra siempre invencible geyperesa que está dispuesta a atacar de nuevo para ayudar, of course, a quien se tenga que ayudar, aunque no se deje, e implantar, transferencias de soberanía aparte, la democracia y sus valores eternos de libertad, igualdad y fraternidad pues, hay que decirlo, hasta los iraquíes tienen derecho a las superrebajas de Alcampo o El Corte Inglés. Estamos contigo, dama, ¡qué de hierro!, ¡de titanio! Por fin vuelve el Domund. Algo caerá en nuestra escuálida hucha con forma de cabeza de infiel y la incisión (para la ayudita) en la zona del colodrillo, rodeada de erizados cabellos por la desesperación y el abandono. ¿Quién osa decir que no formamos parte de un cuerpo único (de marines y místico)?. Gracias a ti, Anita, me siento más demócrata y español que nunca: mitad monje y mitad soldado. Lo sé. De un momento a otro nuestra geyperesa lanzará el grito unánime de batalla: "¡Al ataaquuueeel!". (Seguimos dispuestos. Y sin reservas).
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Tomemos el título de la comedia moral de carácter de Juan Ruiz de Alarcón en la que su protagonista, Don García, encarna la mentira, para referirnos a ése que está ahí, que no mira a nadie ni a ninguna parte sino a sí mismo pues se relame de gusto en sus adentros aposentado como está en el sillón de alto respaldo de cuya base vemos cómo se despliega una especie de sirga que conecta por la parte de arriba con su esfínter inagotable y por la de abajo directamente con la fosa metafísica donde van a parar los cagajones de su arrogancia. Él, el innombrable y sin embargo el que posee tantísimos nombres (Barrabás, Judas, Micifuz, Leviatán...) ejerce a la perfección su imperial tarea de chivato engreído de la clase. Y encima con el morro retorcido de íntima satisfacción. ("Para que te jodas bien, iraquí de mierda". "Eres hombre muerto, Arafat de los cojones"). Vamos: un figura, como diría el otro. Es el enchufado al que aquellos eligieron delegado de curso, tras oneroso recuento de votos, para que apuntara diligente en la pizarra de las delaciones los nombres, el día y la hora en que habría de consumarse el genial proyecto educativo: "¡Todos quietos, que llega el Padre Rector con las rebajas del siglo!". Quien a estas alturas (o bajuras) se crea lo de las "armas de destrucción masiva" o es un mentiroso compulsivo (léase Blair) o un meritorio, esto es, un tonto de remate, de ésos a los que les crece el bigote antes que la decencia y el sentido común, bien es cierto que convertido a día de hoy en el más desterrado común de los sentidos. (Léase Aquél). En fin, recitemos con el poeta aventurero de las tabernas y los prostíbulos el verso apodíctico: "Un cadáver más, ¿qué importa al mundo?". Pues lo dicho: ¿Qué importan al mundo uno, mil o un millón de cadáveres más, si él afianza entre sus manos las Tablas de la Ley, la que da la vida eterna en las calles de Ramala, en los campos de refugiados palestinos y en las secas praderas del antiguo edén, con hisopos de metralla y pan ázimo con sabor a brea? |
Fueron muchas las noches en vela, incontables noches asediado por el insomnio y el terror de ver pasar los días y comprobar que el implacable destino (o, no sé, las dudas metafísicas del heredero) iban a privar a España, a mi querida España uncida cada jornada, desde su despertar plebeyo, a (recítese como se reza una sarta de letanías) "Gata salvaje", "Operación Triunfo", "Sabor a ti", "Punto y medio", "Aquí hay tomate", "Gran Hermano", "Como la Vida", "Día a Día", "Mira la vida", "A tu Lado", "Crónicas Marcianas" o el extinto "El Gran Polvo", tan sólo, como siempre, por citar, la iban a privar de, digo y según proclaman a toro pasao los periódicos alborozados de la cosa, su futuro dorado, porque, como el mercante aquél de los albaneses, no atracaba en puerto alguno y estaba en peligro la "continuidad de la Monarquía Parlamentaria, ya que de esa forma lo consagra la Constitución". Pues, si la Estrella de la Alegría (laetitia, Letizia) no se nos hubiese aparecido en este comienzo desarbolado de siglo para deslumbrarnos a todos (el primero: el Príncipe Felipe) con la luz de su mirada franca y sencilla, con su grácil figura, do la vena del oro amaneció, su palabra serena y con la su elegancia tan natural como la vida misma, como el Aberri Eguna, el arroz socarrat, las Guerras Carlistas, el 36 y el 92, la niña bonita, los dos patitos, el choto al ajillo (no sale el 69: ¡línea!), las corridas de los toros o la Romería de la Virgen (¡nuestra!) del Rocío, ¿qué hubiera sido, proclamo, del Palacio de Ensueño, aquél de los cuatro millones y algo más de euros? ¿Pasto de soledades, nido de okupas, prisión de los desahuciados, un ora pro nobis de golondrinas y vencejos en su viaje infinito hacia la nada? Afortunadamente el buen tino y criterio de nuestro futuro rey Felipe Innúmero ha traspasado fronteras... hacia adentro, hacia el ser esencial de los nuevos tiempos, guapos, tersos, suaves, dialécticos y melómanos, como tiene que ser, y Rostropovich ensartando con la vara de su violín (a la guisa de Castoreño frente al morlaco cariacontecido) las ilusiones y deseos de tantas generaciones de españoles desde que el mundo es mundo, y antes incluso de que lo fuera: hacer de reyes (ellos/nosotros) y de reinas (ellas/ellas) en la baraja invisible del Tahúr Supremo. Que ya lo dijo el otro: "Ser español es una coza mú zeria, pero que mú zeria". ¡Ufff!, por fin puedo ya dormir definitivamente en paz. Las peluquerías, las salas de profesores, los bares de tapas, las sacristías y las consultas de los dentistas, entre otros lugares sagrados del lar patrio, afilan de nuevo sus cuchillos paliqueros. (¿Y el yate? ¿Qué hubiera sido del yate?). Estamos encantados. ¡No pasarán!
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Lo vimos todos por la omnipotente y ubicua televisión, en primetime, como se dice ahora, y tal y como sucediera aquel nefasto 11 de septiembre con lo de las Torres Gemelas que hoy queda dentro de nuestra memoria a la justa distancia del miedo, la prudencia y también, por qué no, la más pura suspicacia. Veinte días (20) duró la guerra aquella (de la que ya nadie parece o -o quiere- acordarse). Veinte días (20) en los que hubo tiempo (más que de sobra) para bombardear a conciencia la milenaria ciudad y masacrar limpiamente (es un decir) a más de 1300 civiles incautos que no tenían por qué estar donde estaban cuando hacían su trabajo los pirotécnicos cirujanos, salvadores de un pueblo sometido al padre-déspota. Y al cumplirse el último de los veinte, como el que entra en un Parque de Atracciones, después de haber abonado religiosamente su entrada, se nos concedió a los insaciables y fieles curiosos un espectáculo extra: el derribo de la estatua de Sadam (el padre-tirano), levantada Jehová sabe cuándo para mayor gloria del de Tikrit y su estirpe inmortal. Sucedió en la Plaza del Paraíso, con un vacilante julepe de banderas, frágiles maromas y unos cien concurrentes a la traca de fin de curso. Algunos, con marros, golpeaban tan enajenada como inútilmente la peana desde la que el matador trajeado e inmisericorde ofrecía un brindis al sol de la historia universal de la infamia. Al final, como siempre, tuvo que ser un blindado ("estadounidense, por supuesto") el que tumbara con su brazo de acero la ominosa imagen, el símbolo del ayer ya hoy derrotado. (Y todos saltaron de gozo sobre los restos de bronce o, lo que es igual, los escombros de Historia). "Cayó Sadam", rezaban los titulares del universo. Cayó Sadam y Jessica Lynch fue rescatada a tiempo del hospital en que la tenían secuestrada los malos de la película. ¿Qué importa el destino de los kurdos o el de Alí Samin, el niño solo, desmembrado por la metralla y consumido por el fuego? ¿Alguien da más y mejor? En verdad en verdad os digo que otro alguien proclamaría: "Lo que no mata, si no engorda, de seguro que purifica". Como en un parque temático. Ni más ni menos. (Caos, destrucción, muerte... ¿Alguien da más?).
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LOS TRES COMPÁES TONTOS: TUMACH
No... Si es que ya se lo temía el menda. A estos tres rapaces, que, como aves de presa que son, hacen que miran sin ver nada y que oyen sin enterarse también de qué va la copla, cuando se les mete una obsesión petrolífera en la cabeza con forma y fondo de verdad absoluta no hay manera humana posible de hacerlos variar de propósito, por mucho que se les susurre (o se les grite) a esas sordas orejas de extraterrestres lo terrible que podría ¡¡resultaaarrrr!! para -¿cómo diríamos?- la humanidad entera el aplastamiento por tierra, mar y aire, norte, sur, este y oeste, de otro país soberano (éste de Asia occidental) atrapado para la ocasión en la línea de fuego de dos psicópatas irreconciliables. Y entretanto ellos tres (uno de los dos psicópatas citados arriba más dos tontos parlantes) se pasan por el forro de sus respectivas cogitaciones (que no se las cree ni el que asó la manteca) cualesquiera otras que en sentido contrario vengan del espacio exterior hasta el falso limbo en el que se encuentran, frente a la cámara alucinada, tan seguros -ellos- de los profundos motivos humanitarias que los impulsan al ejercicio ansioso de su criminal arrogancia y majadería. Miradlos bien y no olvidéis jamás las caras de los que un día como aquél se reunieron en Terceira (tres: Terceira, la isla central de las Azores: aves rapaces, todo encaja) como enviados de otros tontos bastardos y sin alma, hijos invisibles de una Helena implacable y mortífera. Así, a la derecha (espectador), el que esgrime la hinchazón fecal de pupilo aplicado hierve de contento junto a su preceptor yankee de toda la vida (reconocemos a éste por el pin en el ojal de la bandera de la Unión) quien apoya su mano izquierda sobre el hombro sumiso confirmándolo de esa forma en el puesto de los elegidos tontos dentro de la artrítica Europa. Y el de la izquierda, cuya expresión crispada se nos antoja la de un tonto más tonto todavía que el primero, posa con esa pinta de visionario sufridor de guardia que ya no sabe la hora que es en el fárrago de las palabras nunca dichas. Y e-vi-den-te-men-te el del centro, que es el Tonto Mayor del Imperio, el tonto por antonomasia y con mayúscula, tan inmensamente tonto que nunca le temblará el pulso si se trata de apretar un botón (el de la chaqueta: el que sea) con tal de causar un infinito quebranto y una mayor incertidumbre a quien se le ponga por delante, incluido todo el globo terráqueo. En fin, mal las cosas nos están yendo con tontos así. Que God save America, sí, pero que también nos coja confesados a todos y nos libre para siempre del mal de los tres compáes tontos: Ansarito, Loquito y Tío Gilito. Tan tontos, tan tontos como todos los demás tontos que los apoyan. |
Matías Verdón, el detective frondoso (aunque no fondón), un punto dipsómano (si bien no vencido para siempre en la diaria batalla del rioja o la ginebra), enamoradizo aún, con ese punto cabal de pesimismo y mal disimulada tristeza que infligen las profundas heridas de guerra, evidentemente escéptico, como todos los detectives que se precien de tales y, por supuesto, un verdadero arquetipo de desorden y anarquía en lo que a sus hábitos y pequeños vicios cotidianos respecta, es, a qué dudarlo, uno de los nuestros. Desde que a partir de la página 9 de Melodías de Arrabal (Arial Ediciones, Maracena, 2003) Alfonso Salazar nos introduce en el universo venerable del Bar Gabriel, sito en el núcleo primordial del barrio del Zaidín, donde una foto de aquel jugador del Granada Club de Fútbol, Barrachina, preside el santuario en el que se aposenta la nostalgia de gestas pasadas (la final de la Copa del 59 que perdimos contra el Barcelona), "de cuando el fútbol era fútbol y Kubala pisaba el césped de Los Cármenes", a uno se le adensa en el alma de lector esa atmósfera de "cabezas de gambas y palillos", de desahuciados de la suerte, parados y pensionistas, muestrario irrepetible -el tiempo es el tiempo- de seres filosóficos que culminaron su existencia acodados en la barra del bar de toda la vida o uncidos a la mesa de railite donde las fichas de dominó van marcando el ritmo implacable de las horas que quedan por cumplir (doble pitos, el hijoputa, la blanca, pues la mili de la vida jamás termina...). Entre Matías Verdón, el Desastres, el Poeta, el Cojo, el Bernardo, el Planchet, la señora Fernández, el policía Domínguez, el Puches, la Chari, Fernando Manrique, Carlitos, Paco el Cojo, el tonto Manolito..., y los miembros de la antigua banda de la Bujía, se trenza una historia de amor, dolor (de hígado), venganza y muerte que no nos dejará resuello hasta su remate preciso, en la página 252 del libro. (Cuarenta capítulos y un epílogo). Matías Verdón, uno de los nuestros, es el pastor que oficia la ceremonia del relato, desarrollado en tercera persona bajo la técnica del "narrador omnisciente"; es Matías quien nos trae y nos lleva por los derroteros de un mundo condenado a ser nada más que en la memoria indigente de su propia soledad y acabamiento (su propio espejo), y sin otra presencia o apremios metafísicos (ni estilísticos) que la verdad constante y sangrante de una Granada que se fue y ya nunca más volverá para desdicha de antropólogos, sociólogos y poetas... posmodernos, aunque corra en la ficción el año de gracia de 1986.
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UN
DIAMANTE PARA LA ETERNIDAD
No para. Ni ayer, ni hoy ni nunca. Así lo hicieron, así nació y así será por todos los siglos de los siglos, aunque el Granada C.F. bajara a tercera regional y los toros, genómicos ellos, germinaran sin cuernos y con bigudíes en lugar de orejas. Siempre habrá para él un tendido de sol (y sombra) desde el que contemplar el paseíllo de los días que transcurrieron en el fragor oculto de las tabernas o al socaire de aquellos "señoricos" de puro indeleble, querida con piso en una de las transversales de San Antón (o en la misma Santa Escolástica), perseverante ella bajo su bata guateada rosa, sus zapatillas de tacón mediano y pompón alegre y el pelo arrollado en mil y un rulos de colores diferentes y fetichistas... Y también con taxista de guardia a las puertas del Rey Chico o de la soñada Ruta del Sol. Helo aquí con su gorra a cuadros, sus sempiternas gafas de plástico duro, sin cristales (por supuesto), y su expresión ajena a los "eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa", como si otro mar, que no fuera el que aún bulle en el fondo de El Club Taurino, Los Manueles o el Restaurante Sevilla, se adentrara por sus ojos, tan limpiamente, para hacer constar que ya nada es como era entonces en la ciudad perdida entre el miedo, el olvido y el resentimiento. Más que recordarlo, me lo imagino cuando yo era tal que así de menudo y me cruzaba con él por la Calle Recogidas o la Calle Navas, con la misma camisa clara de todos los veranos y el inmortal pañuelo de color granate asomándose por el bolsillo como una lengua burlona empapada de aceite, sol, sudor y, tal vez, escepticismo. Era verlo llevando consigo su cada vez más trascendente humanidad, trabajada en las barras arribistas, con aquella apostura suya de desenfado y afectación, y de inmediato me asaltaba no el asombro sino aún más el irreprimible deseo de seguirlo por donde quiera que fuese pues desprendía él un algo así como de escudero de mil hidalgos si no demediados sí al menos inexistentes, en aquella Granada absorta de los sesenta y setenta. Ahora está como tiene que estar: apoyado en la baranda del tendido 10 y mirando a ningún sitio que se halla sin duda en el fondo abisal de su persona, donde guarda una gema inapreciable: un diamante, el Diamante Rubio, cuyo fulgor dorado se derramó un día cualquiera por la ciudad callada.
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AL HABLA CON EL CENTRO DE CONTROL El refranero es sabio y acomodaticio como únicamente saben serlo quienes padecen necesidad, hambre y sed de noticias y no se resignan a ver pasar los días manteniéndose con una mano atrás y la otra, cual suele vulgarmente decirse, alante. Por ello, si a falta de pan, buenas son tortas, en el caso que nos ocupa podríamos decir, sin ánimo alguno de querer remarcar cualesquiera nota, que a falta de móviles, buenas (y eficaces por lo que se ve) son unas zapatillas adidas (o nike), tal vez de esas de pega que encontramos en los mercadillos al uso. Y si no, he aquí la prueba más audible de lo que afirmamos. De tres en fondo, todos hablan sin excepción. Animadamente la mayoría, por supuesto. Así éste lo hace con la temeraria amante reprochándole por enésima vez su torpeza por llamarlo precisamente a su pie izquierdo en horas de trabajo; ése, más circunspecto, discute con la orientadora del colegio de pago de sus dos mil hijos gemelos, que han vuelto a hacer de las suyas en la actividad transversal de educación para la paz y la no violencia; y aquél, que tiene la mirada perdida en el horizonte lejano de la plusvalía, ordena sin pestañear a su asesor bursátil lo que sigue: "¡¡Compra Exxon Mobil y vende Johnson&Johnson!! ¿¿A cuánto cotiza Mcdonalds Corp en el índice Dow Jones?? ¿¿Y en el Nikei??". El de más allá digiere en su cerebro los sonidos de un falso orgasmo. Así es la vida. Unos llaman y otros responden, o callan tal vez temerosos de que sus palabras puedan algún día ser utilizadas en su contra por los mensajeros del miedo, al borde de un camino mal asfaltado o en el límite de un cañaveral en cuyo fondo los burros croan y los sapos inevitablemente rebuznan. El mundo está mal hecho, al contrario de lo que dijera el poeta. Llegará el momento en que alguien descubra que aquello que sostiene en su mano, pegado con terquedad a la oreja sana, no es el arca de la alianza pura y eterna que los conecta con el más allá, donde enmudecen los ángeles del fuel y la hamburguesa, sino una simple y sudada zapatilla deportiva de imitación con la que sólo pueden comunicarse con el descabalado centro de control de su soledad y su amargo destino.
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Palabras, palabras y más palabras... Y después, ¿qué?: chapapote, chapapote y más chapapote. Vemos al viejecito bonachón (que gobierna los cartos en su oculta faltriquera de las demagogias) pellizcando amablemente en la playa de Muxía la mejilla del voluntario (versus voluntaria) que, chafarrinado/-a de engrudo, más bien se asemeja a un cuadro de Tàpies o nos parece el elemento principal de una instalación de esas al estilo del Christo que camina sobre los océanos y ocupa playas, islas y todo lo que se le interponga en su visión del universo, manifiestamente embotellable, embalable o, cual es el asunto que nos ocupa, mancillable. Pues, ¿qué significado nos ofrece lo último del Prestige sino el de una propuesta (artística), más, con que se nos obsequia en estos días tan emotivos (¡loor a la merluza!) para remover nuestra solidaridad, nuestra pena, nuestro asco y, cómo no, nuestra rabia embadurnada en la alerta total del fin de los tiempos? El emisario monarca observa compungido (parece) la escena que quedará fijada (de este y aquel lado) en la inmortal fotografía cuyo contraste de blanco sobre negro, destacando desde el fondo de una arena inconcreta, marca sin duda el alcance (y su total sentido) de la creciente ruina que produce la marea negra empujada por el viento fatídico del oeste. Fisterra, Corcubión, Muros, Carnota, Camariñas, Malpica, Costa da Morte, islas Cíes, isla de Ons, isla de Sálvora, islas Sisargas... Y Ortigueira, Caion, Ribadeo... Y Luarca, Llanes, Ribadesella, San Vicente de la Barquera, Getxo, Bermeo... Y... No hay litoral que pueda resistírsele a la tormenta perfecta del Atlántico, ni barrera -ni empeño, ni manos, desesperación o palas- que detengan el avance implacable del fuel a igual velocidad que las coartadas dialécticas de los políticos (responsables) de turno, quienes no cejan en su afán de convencernos de que "en este mundo traidor / nada es verdad ni es mentira / todo es según el color / del cristal con que se mira", que cantara en las veladas poéticas de los salones de villa y corte el inefable Campoamor. O, en cualquier caso, todo tiene solución, menos la muerte (que maldita la falta que le hace a la interfecta) y aquello que de momento no la tenga (así, como a ellos más les gusta: de un soberbio plumazo) pues también la tiene, simple y llanamente "porque sí" y porque, a fin de cuentas, los socialistas tienen la culpa de todos los males de la humanidad, desde que el Verbo se hiciera carne (petroleada) y decidiera quedarse a vivir entre todos nosotros, inventándose el engendro del GAL o el asuntillo de los fondos reservados. Y así será, si así os parece, ad infinitum. ¿Que no se consideró nada apropiado correr el riesgo remolcando el Prestige hasta un lugar de abrigo donde, una vez cegado, poder trasvasar el combustible a otro petrolero de doble o triple casco? Lógico: ¿en qué casa decente, y de derechas, se permite la entrada de un desarrapado que se coma nuestra sopa (boba) y encima haga uso de nuestros servicios sanitarios e higiénicos? (Como para contagiarse de eficacia). En ninguna, y ni hablar. De ahí que lo más "sanitario e higiénico" fuera lo que en puridad se hizo: arrastrarlo hasta alta mar, fuera de las aguas tradicionalmente territoriales y dejar que allí se hundiera en su abandono y miseria, desangrándose por un costado como los toros testarudos cuando se niegan a morir como Dios manda y la Autoridad dispone en el albero de la arrogancia. Lo que resulta innegable es que Galicia se hunde en un océano de incompetencia y alquitrán, a pesar del gesto cariñoso del prestidigitador de la política y del otro, cariacontecido, de su conmilitón en la guerra sin cuartel de las palabras, palabras y más palabras.
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Mirad cómo nos mira. Nunca nuestros ojos somnolientos podrán reflejar tanta belleza y a la vez tan gran infortunio. Erecta como una diosa recién salida del mar (la "Venus Negra" será para nosotros a partir de ahora, y no la Anadiomena que excita nuestras ansias en la pantalla), Ella dirige al ojo enamorado de la cámara su inmenso reproche por no habérsele permitido atravesar la frontera que separa nuestro cielo prometido en la riqueza sin límite de aquel su infierno tan temido por las guerras, la muerte, la persecución y el hambre. ¡Cuánto beneficio nos podría haber proporcionado como carne barata de invernadero si no llega a ser interceptada en mala hora por la Benemérita de la mar océana! ¡O también, qué bien hubiera servido como exótica mucama de cofia y delantal por un plato de laxantes lentejas en una de nuestras cristianas casas de centroizquierda, según se esquiva su mirada a mano derecha, ... o como carne, sin duda, de prostíbulo para solaz de los cansados guerreros de oficina o de estofa doméstica! Y sin embargo... héla ahí, frente a todos nosotros, desolada y digna en su apostura, cubierta (¿tan sólo?) por una manta de ruda estameña y alzada en la peana del viento (quién sabe dónde: ¿Punta Camarinal, Bolonia, Formentera, Caños de Meca...?), tal vez sobre un murete que cercena de un lado los sueños imposibles y del otro la concluyente verdad de su desgracia. Y entre guiñapos de tela y retazos silenciosos, Ella mira eternamente con su mojada amargura. (¡Qué grande es su belleza, oh Dios de los espacios infinitos aún por recorrer! ¡Y cuánto dolor en su gesto se acumula frente al desaliño de nuestro desencanto!). ¿Y si de pronto el Céfiro y Cloris soplasen con la fuerza de la rabia para traerla hasta aquí, donde yo escribo y tú lees, y pasarle nuestras manos por su turbia cabeza? Pero no. La devolverán con su séquito ajeno al lugar de donde vino y no pudo jamás salir: al fondo cobarde del olvido y la miseria, donde nunca crece sobre sus aguas sucias la Primavera. ¡Qué bella, qué altiva, qué triste la Venus Negra!
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Y ataviada con negra mantilla, raso, rosa de té y peineta y orlada con un aura de firmeza que apuntala el tacón sobre el que España (nuestra España, nuestra querida España de siempre) pacta su centro de apoyo, no escorada ni a derecha ni a izquierda sino impelida siempre hacia adelante, aferrándose a la mano de un dios dormido, parece, o doliente quizás por entre las apreturas de las cuentas artríticas de su rosario. ¿Quién osó negar nuestra universal condición de martillo de herejes y asombro de aborígenes cuando los tiempos se aliaron con la inestable fortuna para que España fuera la hija adelantada de la civilización del ajoarriero, los toros, el hisopo y el cuchillo tocinero? Por eso, a santos no nos gana nadie, ni aunque bauticemos hoy a nuestros hijos con los nombres espúreos de tierras hiperbóreas, sean de un lado o sean de otro: de aquende o allende los mares (Vanessas, KevinConners, Jennifers o Jonathans...). "Padre, he aquí a vuestra hija sumisa que viene, nuevamente, a rendiros pleitesía, como hacen incluso hasta los mismísimos alcaldes de esos partidos de izquierdas, al uso, si se trata de sacar a pasear al voto y al santo o de coronar a la Virgen Capitana General de todas las Almas". Así la mano -que no insinúa Rólex alguno de oro- se extiende señalando a la genuflexa España, a la postrada patria, con un tal perfil que de monárquico no se lo saltan ni cien moros que llegaran ahora en pateras para turbar la ejemplar escena de colores concertados: el negro de la constancia, el dorado de la inefable dignidad y el rojo de la sangre purificada por una cruz de fuego que nos mira fijamente desde el pecho circunspecto. El papel doblado en la mano derecha de quien oficia es sólo la lista de los que ya han llegado -o aguardan todavía para hacerlo- junto al solio del Pastor y Padre que congrega a sus ovejas sanas y obedientes. Y mientras tanto España se ofrece a seguir pariendo santos y más santas para demostrarle al orbe entero que todo sigue igual pues que todo va muy bien, con todos los puntos sobre las íes y la misa de diario (la hipoteca) apuntando desde arriba a los serenos colodrillos. Y todo a pesar del lamento de las botellas rotas contra el asfalto o del estruendo de una música pirata en las constelaciones de plástico, vómitos, rabia y acero. Miro la foto y me viene a la memoria la anciana sofista del TBO, aquella que sentenciaba la peripecia familiar con estas palabras: "Igualico, igualico qu'el defunto de su agüelico".
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La movida empezó como suelen empezar todas las movidas: por una mirada, por una sonrisa, por una palabra, por un gesto, por un beso ("¡yo no sé / qué te diera por un beso!") o por un quíteme allá ese amoroso salivazo incomprendido. (¿Quién le mandaría al incauto de uniforme plantarse de jarras en mitad del campo de tiro de los jóvenes artilleros?). Ellos son lo que son, es decir, eso: jóvenes y artilleros, y, por consiguiente, felices, irreflexivos, indocumentados. (Aunque no consta en nuestros archivos secretos que ninguno de los tales tenga vocación de periodista, maquinista de la General o escritor, o lo vaya a ser alguna vez en esta su vida). Quizás, como mucho, de locutor deportivo o, según comprobamos en La naranja mecánica, consumidores entusiastas de lacto...¡leches! para chillar como endemoniados los goles de todos los equipos del universo, a ver si con cada uno de ellos los traspasa el Maligno con su espada incandescente: "¡Toma, toma!". "Duérmete, niño, duérmete ya, que viene el lunes y te agobiará". ¡¡Toma, toma, toma y toma; y ahora con la muleta del cojo Mantecas!!". ("¡¿Has visto lo que ha hecho el cochino de tu hijo?!", rebuzna cada cual dando tres giros de cabeza más hacia la derecha para seguir desgañitándose con aquello de "¡¡Marchaaa, marchaaa, queremos marchaaa, marchaaa!!"). Y una vez cumplido el penoso combate, aquesta doncella, que vemos en el centro, junto a la virgen de las resignaciones y tras el pensativo (¿arrepentido quizás?) galopín, embebecida de amor, lo mira de través, y sin embarazo, a su perfil serrano y exclama toda hechida de gozo y alborozo: "¡Óle, mi pisshha, qué güevos tiene!". Pues eso, señoras y señores, añadimos nosotros: que no hubiera protestado el torpe mangurreta rogando que apuntaran sus misiles viscosos hacia otro sitio, por ejemplo, y es un poner, a la sepultura de sus ancestros o a la cara de quienes lo alientan desde la sombra reluciente de sus despachos. El fútbol es espectáculo, puro y duro. Por eso, juramentados con el gol, ellos buscaban tan sólo acertar en el justo centro de la nada, tras la red, allí donde ya tampoco nada tiene sentido, comenzando por los sueños que se les adelantaron en su carrera enloquecida hacia... la más elemental de las podredumbres. Querían tener sus quince minutos de eternidad. (Ilusos).
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Si sientes impulsos de ser caudillo, tu aspiración será: con tus hermanos, el último; con los demás, el primero. (San José María Escrivá de Balaguer, Camino, pensamiento núm. 365).
Yo, que desde mi más tierna y estupefacta infancia, siempre anhelé llegar a ser arzobispo de Barbastro o, en su defecto, deán de la catedral de Palencia, me tuve que conformar en tales entonces con desempeñar únicamente el papel de acólito en las misas, obligatorias, de aquel Colegio de los Salesianos de la Plaza del Triunfo, desde donde -ya dije- una señora estilita con corona de hierro puntiaguda dominaba el paisaje gris de aquella ciudad grisácea varada en un tiempo de sospechas y temores. Fue más adelante, frisando aproximadamente la edad endocrina de los quince años, cuando ellos hicieron su aparición en el pórtico de la casa colegial aquella donde se exponían en grandes tablones, y por el sistema de un código de chinchetas de todos los colores, los mimbres académicos de los más listos y los menos listos (los romanos y los cartagineses, en definitiva y en este orden de prevalencia). Ellos no eran otros que los ojeadores del Club Montañero de Estudiantes que tenía su santa sede en un primer piso de la calle Recogidas. (¿O era en el segundo?). Allí, en tardes de sopor, nos instruían sobre la fuerza regeneradora de la castidad, nos hablaban de propósitos y de enmiendas y marcaban para nosotros, percebes distinguidos en la roca de las excepciones, un plan de vida que, entre otros obstáculos, tenía que observar la lectura y consiguiente meditación en torno a todos y cada uno de los 999 pensamientos de Camino, la obra del Padre Máximo, una especie de testamento al revés por cuyas palabras teníamos que transitar con la fe ciega del ignorante en asuntos tan terrenales y a la par metafísicos. En vista de todo, ¿qué estaba haciendo yo allí? Me preguntaba. Y también, ¿qué enseñanza podía obtener elhijo de un camionero del Albaicín bajo de aquélla sentencia, la número 359, que rezaba: Pon un motivo sobrenatural a tu ordinaria labor profesional, y habrás santificado el trabajo? ¿O de la número 129, que pontificaba sobre lo siguiente: Sin la santa pureza no se puede perseverar en el apostolado? Nada o todo, tal vez. Aunque nuestra incertidumbre mayestática era tanta que en un principio tampoco podíamos ni por asomo sospechar el potaje de santos incondicionales que se cocinaba entre aquellas paredes igual de limpias que nuestras acomplejadas conciencias. Allí, donde uno hacía como que estudiaba y el otro se concentraba en un gesto tan intenso de devoción mariana que más pareciera que le estaba dando tiempo al tiempo en una partida ímproba de ajedrez. En fin, ni las excursiones por la sierra de tres días de duración, ni las proyecciones de películas donde aparecía el Padre Sumo alentando a sus hijos para que nunca desfallecieran dejaron en mi ser otra cicatriz que no fuera la de un negro estupor similar al que ya venía arrastrando desde la más tierna infancia como he apuntado más arriba, esto es, desde que recibiese, por efecto de la cruz y la ceniza, mi particular uso de razón. Y un inmenso aburrimiento también. Y una duda cartesiana que revoloteaba sobre las neuronas en los momentos sucesivos en que comprendía, sin ambages, que por ese camino -de en medio- nunca llegaría a ser ni arzobispo de Barbastro ni siquiera deán de la catedral de Palencia, por citar. La obra estaba hecha pues la Culpa la tenía ya alojada en mi cerebro desde tiempos inmemoriales. Desde antes, mucho antes "de la rebelión de las sombras" y el gozo de una noche imaginada. Hoy domingo el Padre se ha sentado, al fin, en el sitial de los Justos. Y su memoria de hombre campechano, soberbio entre los humildes y humilde entre los soberbios, nos regala la luz de sus ojos que parecen eternamente ausentes en la contemplación de un dios dormido tras el cristal miope de sus gafas.
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Of course, si de lo que se trata es de acometer a un cabeza de turco (o de iraquí, da lo mismo) que sirva (insisto: el que más a mano esté) de blanco contra el que disparar su imperial arrogancia, gravemente herida en la línea del cielo por un cid de luengas si vellidas barbas, trapacero con su amo que hasta el fatídico día de infame memoria lo había estado alimentando a su mayor contento y en abundancia suma. Afganistán fue a la par el triunfo y la derrota para los dos compadres, digo, que amenazan por enésima vez con invadir y bajar de-fi-ni-ti-va-men-te de su cielo de miel, leche y huríes al soberano del mal, ese del profuso bigote y la mirada severa, como extraviada en inmensas salas de tortura dentro de las que pasear a gusto su pasión por lo escatológico: paisajes de muerte, ayes, tenazas, orines, bocas y ojos cegados y cuchillos también y cadenas. Tales para cuales, diría el otro. Blair, que como la madre de uno tan sólo hay incontables, apunta con el índice suicida a la sien izquierda, como diciéndose: Oh, my God!, where is my pencil? Pues el otro, el cow-boy de las praderas pecadoras, habla y habla y amenaza sin parar un punto de la siguiente guisa (traduzco a la lengua de Zerbantes): "Lo juro, por la gloria de Pit Sampras, que aquí se va a acabar el cachondeo: o John o little John...". Y así lo vemos mirar a ningún sitio, más allá de las fronteras humanas que es de donde Él procede, Padre Omnímodo de todo el Universo habido y por haber, mientras tenga a su alcance el dominio sobre la vida y la muerte de tantos malaventurados cuyo único delito (eso sí, a la manera de Calderón) es el haber nacido. Y fuera de plano, queda un gorrino con nombre de detergente para lavadoras de imagen, pues alguien tiene que hacer el trabajo sucio. ¡Ah!, por cierto, las copas, de petróleo, las sirve un camarero sin reloj, ausente en el instante redundante de la instantánea: piloso, fanfarrón, casamentero y de apócrifa sonrisa perennemente en ristre, un Charlot de la hostelería con mando en plaza franquiciada por la multinacional ACME... (Sí, la que surte de explosivos y otros artilugios de matar al sufrido perseguidor del correcaminos que siempre acaba estrellándose contra el muro infinito de las falacias). Por ello el juglar hipersensible, y con derecho a voto, exclama desolado: ¡Dios, que buen vasallo si oviesse buen señor! ¿Quién? Qui lo sa. Turco, afgano o iraquí. Da igual. Lo importante es que tenga ese petróleo bajo sus pies cansados de hollar desde la cuna la mierda de la Historia.
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Un año ya, y parece que fue ayer mismo cuando sucedió aquello que nadie podrá olvidar por los siglos de los siglos. Y, como remate, aquí no vale el amén más resignado por lo que entonces sucedió y a todos nos cogió tan desprevenidos que no tuvimos otra alternativa que la de permanecer pegados -hipnotizados, claro- a la pantalla del televisor para ver y comprobar que aquello era tan cierto como la vida misma: una estructura que, de frágil, al primer embate de lo inesperado se derrumba como un castillo de aire, piso tras piso y así hasta más de cien, arrastrando consigo nuestro estupor de niños sorprendidos en un renuncio de incalculables consecuencias. Ese día, en efecto, algo se quebró en el fondo de la memoria atrapada bajo el letargo de los otros días iguales a sí mismos, con una boca asmática vomitando calderilla de polvo e impotencia sobre nuestras atónitas miradas. Murieron, dicen, unos tres mil, pero en verdad que fueron bastantes más los sepultados para siempre entre lo impensable y lo... desconcertante. Quizás todo cambió a partir de entonces en el centro germinal de esos millones de almas doloridas porque así, machacada la Madre en su línea de flotación... aérea, sintieron renacer un miedo antiguo que por nunca jamás los había abandonado en tantas horas de soledad e incertidumbre a ras de tierra. Polvo sobre polvo para asfixiar el último soplo de esperanza que alentar pudiéramos en la sombra de un sueño. Fuego y muerte en las alturas para recordarnos inmisericordes que somos tanto o más que el vacío entre el Norte y el Sur de un cielo inútil. "Quise volar con ellos", dijo el poeta. Y yo grité en silencio y quise, también, detenerlos en el aire para acaso "devolverle a la Historia / su sentido primero". Pero fue imposible. La suerte estaba echada y había caído del lado exacto de la locura. (Dios no existe. En todo caso la muerte es su profeta. Y el terror, y el quebranto, el espacio infinito en el que ambos, desde el origen, reinan. No hay nada más claro ni más explícito. La foto lo repite: es el signo incontestable de la fatalidad).
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¿Reza, piensa, cavila, pondera, discurre, recapacita? ¿O simple y llanamente es la suya una pose más, tan típica del pensador que con un pie en la hierba (no primigenia sino ahora artificial) y el otro en el orbe estrellado masculla el tiempo que aún falta para que se cumpla el destino o bien calibra el resultado último de la artera aritmética? Índice y pulgar de su mano izquierda estiban con profética determinación las cuencas de sus ojos cansados. Calla y nada de lo que puede estar a su alrededor (que no vemos) podrá sacarlo de su ensimismamiento. (Ni siquiera la alargada sombra de un ciprés amenazante que sí se apunta a la derecha del recuadro). Todo se confabula en el recto,angular, aristotélico y anatómico designio: los asientos del fondo vacíos y ciegos, aún, tras la valla, la publicidad (estática) de la "Champion" que en su término nos franquea las puertas del cielo de la UEFA, la de la "Master" que algún día acabará liquidándonos con sus andanzas de liquidez marchita..., o la inconstante línea blanca que divide en dos mitades idénticas la realidad frente al deseo... y también ese arrebujo informe a su izquierda que no es maná caído de las inconstante fortuna sino más bien -tal parece- un ave desplumada en el sí es no es de la densa espera. La pose wertheriana lo delata, como corresponde a la condición teutona del demiurgo que quiere domeñar el orbe ilimitado(110 X 90), tantas veces como pueda en la eternidad de los noventa (y siete) minutos, con el cartabón y la regla de ciertos dioses volanderos que se solazan en el toma y daca de lo imprevisto. (Y él bien que lo sabe. Klaus Toppmoeller es su nombre, erguido sobre el espanto de las horas que se extiende más allá de su concentrada gallardía). En lo alto un dios de blanca espuma se sonríe con su cetro implacable de tres puntas pues conoce desde siempre el resultado... y le place. El partido comenzó mucho antes de que la duda se instalara en la rizada cumbre del hombre que rumia su soledad. Y, hechas las cuentas, ¿algo importa?. Al final, como dejara escrito el poeta, "nadie gana. / Todos pierden". (Sin embargo... ¿qué sostiene en su otra mano retirada en la oquedad de la axila? ¿Una pistola de humo? ¿Acaso el vacío?
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Todos lloramos contigo, Morientes, y contigo también, Fernando Hierro, que no apareces en la foto pero estás desconsoladamente rabioso (lo sabemos) lo mismo que el niño (que somos ahora sin excepción) al que le hubiesen robado su álbum de cromos de los mejores futbolistas de todos los tiempos: Garrincha, Di Stéfano, Puskas, Pelé, Zamora, George Best, el pelusa Maradona, Cruyff, Jairzinho, Amancio, Gento... La composición es definitiva y conmovedoramente perfecta. Las cabezas de los tres jugadores ejecutan la última triangulación del Mundial de Corea en lo que concierne a nuestras huestes, pues han sido apeados del trono de los justos con el desaguisado de un banderín sujeto a una mano incontrolada y ésta a un brazo y a un cuerpo sin nombre (ni apellidos) que desde la banda miraba juzgando con el ojo, tuerto, de quien también sabe desde siempre el resultado. La otra mano, la del padre lacaniano y sudoroso, recoge en la sotabarba el caudal del sueño arrebatado quién sabe por qué oscuros designios o mandatos del destino: del que rige, tal vez, desde el más allá de la FIFA y los dineros. ¡Bien que nos la prometíamos con el espigado caballero exótico de pantalón corto, tan de sonrisa presta y comprensiva como de pitido fácil y traicionero cuando menos lo esperábamos! Pues más al fondo nos metiera él la certidumbre de que los dioses del balón nunca quisieron estar con nosotros ni en tales, si más altas, ocasiones que, como en las Navas de Tolosa, Calatañazor, Cholula, Otumba o Lepanto (por citar) jamás "vieran los siglos" y que tan halagüeñas prometíanse, con todo el pertrecho al favor y guisa de nuestros deseos para que al fin se cumpliese el místico anhelo de, con el atlante dorado, darle a la caza alcance y levantar hacia el cielo infinito de la alegría el aúreo mundo que por derecho y honor sin duda ya nos hubiera correspondido. ("Cosas veredes, Sánchez, que se hundirán en el piélago del quebranto y la desolación"). Cosas del fútbol son. ¡Ay, si nuestro César Carlos levantara desde la otra frontera su imperial cabeza!
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"Tal que así tan sólo le falta a Nuestro Padre Presidente para que llegue a ser igual de inefable que el Vuestro", parece estar indicando el bisoño y barbilampiño ministro portavoz del gobierno gobernador a los ilustres representantes de la Conferencia Episcopal Española o a los irreductibles responsables de la cosa sindical que todavía andan por ahí a pies torcidos montándose el 20-J estelar de todos los siglos (después de tanto tiempo de hacer de víctima en el juego del abejorro laboral y también de tanto agravio). Y ello lo hace el sanpedro de las corbatas de seda esgrimiendo ese su gesto condensado y severo que reconviene a sus iguales de alzacuellos y clerygman o amenaza a los súbditos de arrugado pantalón de pana y camisa de franela curtidos en innumerables batallas de antemano perdidas al sol de los reajustes. Unos por otros y la casa patria continúa sin barrer. Y, claro, él, erre que erre, advertirá: "¡Mucho cuidado con lo que decís, escribís, publicáis o proclamáis en vuestros mítines, pastorales u homilías porque, ya puestos, aquí no pía ni Dios!". ("¡Don Pío, ese pico!", le amonestarán desde lo alto). Él bien claro que lo tiene y nos lo deja avisado con su mentón aun menos catequista y firme que el índice bursátil o el celibato de ciertos obispillos de andar por las sacristías que conciben lo místico no como la unión del alma con Dios sino como la fusión del diablo de la castidad con el eufemismo tierno de monaguillos incautos. (Así de claro: lo que mide de largo su Zippo de oro o lo que tiene de estrecho el portalón de nuestras torpes entendederas). ¿Convence o no el director general ascendido a comisario político, Pío Cabanillas, otro hijo predilecto entre los predilectos, heredero afortunado del cargo sempiterno, consanguíneo de tantos Berias de vivaespaña y brillantina como aún quedan y adoctrinado, como Dios manda, en colegios de amplios corredores con un enorme crucifijo al fondo? Pensemos los ignorantes (si es que los pollinos saben pensar) que hubo un entonces en que "era la era" durante la que, cuando interesó a quienes interesó, se llamó a filas a la prima Democracia y se la puso en posición de firmes y abierta a todos y para todo: tanto para olvidar el roto de la camisa azul como para alisar el pantalón de pana descosido y arrugado por el tiempo de la ilusa espera. Por cierto, señor Ministro, y cambiando ahora de tercio (que es como librar aquí un juego de anagramas), ¿qué hacemos con los inmigrantes? ¿Los bombardeamos de noche en alta mar o esperamos a que alcancen la primera línea de playa para ametrallarlos convenientemente tal y como hicimos en Belchite, Normandía o más tarde en Yenín? ¿Y de los parados? ¿Los dejamos quietos para que se consuman contando los mil y un cabellos de su leonada melena? ¿O los colocamos en hilera bajo la mesa desde la que usted compara la infalibilidad del Jefe Máximo? Más que nada para que le ajusten el tiro de la pernera o le sostengan esa especie de zarpa antediluviana (que jamás superará la prueba del carbono 14) y que tal pareciera un micrófono por donde se le va su chulería institucional y del forete. Ah, por cierto, ¿qué asoma a la derecha (espectador) de su profusa cabellera: otro dedo acusador (así de escaso) o una antena parabólica camuflada por los Servicios de Información del Primer Imperio Autista de la Historia? (Si es así, como diría el castizo: "vas dao". Yo no sigo largando y aquí finco). En cualquier caso siempre nos quedará la Rosa (sí, la de Cela y la de España, que no la de Merimée, que no la de Meriméééeeee).
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El personaje se presta fácilmente a las comparaciones. Cada cual que haga, si es que ya no la tiene forjada de antemano, la suya. Impone sin embargo respeto el personaje. En su gentil cabeza tallada a voluntad descubrimos el gesto del hombre sin fisuras, como hecho a sí mismo en un molde único. Respecto a lo de los paralelismos, yo me debato entre un antihéroe de película muda al estilo de Murnau y un allegado del más allá en la tercera fase de la nave de celuloide de Spielberg; o incluso me decantaría por el protagonista de cualquier novela gótica que jamás haya caído en nuestras manos. (Pues, a fin de cuentas, ¿para qué nos sirve la palabra si los dioses escribieron la historia en el interior de un balón de la marca Adidas? Como dijera el otro, "menos literatura y más fútbol"). Y puestos a apuntalar las cosas con meridiana claridad, ¿quién de nosotros no es también cuerpo de símil, por uno u otro motivo, o por este y aquel infortunio de la impredecible suerte? Muchos (y muchas) en el nombre llevarán durante toda su vida la penitencia (no propia sino la ignorada por parte de sus progenitores insensatos). También otros muchos y muchas se han resignado de lleno a la triste ración de pesadez física y mental que el sistema (?) les tiene asignada desde el principio y más concretamente en el fondo sur. Glabro como es, podríamos realizar el fácil, que no por socorrido -pues al pronto nos delataría-, juego de palabras: ciertamente no tiene ni un pelo de tonto. Todo lo contrario, pues hasta en el nombre compuesto y en el serrano apellido suena la música de un silbato inefable en coyunda con la "mínima, sutil y subversiva" vocal de ingrávida abertura: Pier Luigi Collina. (A ver el valiente que le amaga aunque sea el más menguado desacuerdo o protesta). Es licenciado en economía y comercio por la Universidad de Bolonia y lo podemos encontrar como asesor financiero en la Banca Fideuram de vaya usted a saber dónde. (No seré yo quien le pida un crédito para salir del abismo de la red). Y también ha hecho sus gloriosas incursiones en el mundo de la publicidad arremolinándose en un tótum revolútum con los mejores jugadores del orbe balompédico. Fijémonos más atentamente. Su determinación en el ademán de levantar el pulgar de la mano izquierda (hacia arriba, esto es, hacia el cielo donde sólo habitan los hombres incorruptibles: los que viven y dejan vivir) es más que rotunda. El brazo extendido y firme no lo delata en actitud que puede parecernos chulesca o triunfalista (por muy mal que pensemos de todos y de todo lo que no sea nosotros mismos: como esos hinchas deshinchados por su odiosa estulticia; sí, los que apedrean el autobús del equipo contrario y defienden a machacacabezas la incorporación de la esgrima a la navaja como deporte olímpico de raigambre netamente cañí). Aún menos es Pier Luigi Collina quien nos reta a que subamos a horcajadas sobre el ultradedo implacable de mármol de Carrara (no nos mira, luego nos está viendo). ¡Ah!, de seguro que está casado y tiene hijos: fijaos bien). Pero -insisto- el dedo de marras no parece que le pertenezca, pues nos da la impresión de que se trata, quizás, de una especie de adminículo ortopédico, como hecho de un látex si duro aún más flexible, materia dúctil que se sacara (¡ale hop!) de la cuenca de su mano para adornar los momentos estelares del uno y uno son siempre dos (o del dos y uno no tienen por qué hacer siempre el tres y sí el nueve). También parece medir el espacio como los pintores academicistas pues acierta de lleno en el punto de fuga y en el centro exacto de la perspectiva. Es, con todo, un árbitro de fútbol. Dicen los entendidos en tales asuntos que es el mejor del mundo. Yo me lo creo pues no seré yo quien lo cuestione. Además, por si las moscas, me pongo ahora mismo bajo la advocación de su reloj justiciero para que mi cabeza nunca enloquezca y el partido dure una eternidad. |
¿Qué enseña el señor ministro? (¿O qué oculta?). ¿Es más capa su gabardina de caperucito azul de los dineros? ¿Y eso que parece un lingote sobresaliendo del bolsillo indiscreto interior derecha (siempre espectador)? (Sí: a la derecha, según miramos). Mejor pensado, tal parece que no fuera él mismísimo quien se abre a nuestro asombro sino su socio de gomaespuma que lo remeda sin empacho alguno cuando hay que dar la cara, y bien dada. ¿Y ese fondo de mentidos robadores de Europa? ¿Cuántos: veinte, cien? (Los cuernos de Batman asoman sin mengua en la diagonal del gesto adusto. Y un punto, ¿por qué no?, estupefacto). Lo único que tengo claro es que yo no he sido. (A mí que me registren también todos los funcionarios adscritos). En la parte final del cauce de su jersey, ligeramente abotonado como al desgaire a la noble barriga, se insinúa la cara del maligno: ojo y ojal y la falsa boca de soprano al fondo. Es el lobo feroz. Y él sin saberlo. ¿O es la suya la expresión (el ademán esquivo: el instante) del que se va a liar a castañas por un quíteme usted allá esos fondos... de pensiones? ¿O quizás tales préstamos de plata a nombre del marido de la hermana intocable? Puedeque alguno de esos desahuciados de sus boyantes estadísticas se le haya aparecido para pedirle "algo" y entonces él, raudo como el gato de las siete alforjas, pretende deja constancia de qué y cuánto es lo que tiene. Es decir: nada. (El lingote es sólo un espejismo para quien lo descubre... y lo desea). "Mira bien -parece que le estuviese diciendo-, ¿crees que estoy yo dotado para hacer milagros?". ¡O a lo peor... (no quiero ni pensarlo) alguien le está apuntando con una pistola y lo obliga a entregarle la capa-gabardina con el lingote de su querencia! No se azore por abajo, Señor Ministro, que España va bien. Y no se me amohíne, que pecadores más grandes los hubo -y los hay- bajo la testuz sagrada del Gran Becerro. Yo aquí lo ratifico.
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¿Alguien afirmó que la derecha no estaba nunca atenta en la clase parlamentaria? ¿Necesita ese alguien una prueba mayor que la que aquí ofrecemos? Ciertamente que atenta lo está en todo momento y no sólo por el (legítimo) interés de salir en la foto (ya lo dijo quien lo dijo: "Quien se mueva no sale") con su asimétrica disposición en escena sino porque ellos se interesan (tal parece) en quien habla y aún más en lo que diga, y es su gesto concentrado de prohombres de la patria el que sin duda lo acredita: Acebes, como perdido en sus cuentas de ultratumba con la justicia escurridiza, parece que mira sin mirar acaso y se apunta con el índice a la sien remedando al burrito de Buridán y buscando así liquidar los malos pensamientos; Piqué, tan entregado a su causa exterior de toda la vida, se quiebra en un escorzo de sospecha soportando con su palma la versátil si escéptica cabeza. ¿Qué pretende connotar Rajoy con el índice de la mano contraria llevando hacia arriba el moflete resentido del más listo, si ocurrente, de la clase? ¿Y qué otra cosa hace con la mano oculta: atusando la punta de su corbata o pasando las cuentas del rosario en el ministerio interior de su espera? Todo se me antojan preguntas sin posible respuesta. (El peluco de Acebes desesperadamente marca las horas que aún faltan para el retiro promisorio o la reencarnación soñada: dependiente de una tienda de ultramarinos o director general de una multinacional relojera suiza. Da lo mismo). Y para el Jefe Máximo, con esa sonrisilla inextricable que enarbola a todas horas tras el lábaro piloso, con esa su expresión entre irónica y broncínea (¿quién dijo "estrábica"?) con que mira al estrado invisible, dos más son siempre cuatro y la raya trazada sin que le tiemble el pulso en el lugar en el que, desde que el mundo es mundo, corresponde: a la derecha, por supuesto. Y como Él es quien es, aplica a rajatabla el precepto divino: "Nunca hagas el canguro con tu mano izquierda". (Pero... ¿quién habla? Y... ¿qué dice?).
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Zeñó diretó de lo que jea: Ende hace ya muncho tiempo zoy letó de eja prehtijioja revita enzemaná que é la que uhté tan bien diríe poniendo en la mimma tó tipo de conteníos: ende loh pogramah de la fiehtah en honó de lahvíhenes que, ná má que po selo como nuehtrazijah y hermanah, lah veneramoh ende tiempoh immemorialeh, lah llevamoh pegá ar pecho con la meallah de oro y la zacamoh como Dios manda en prucezión poh lah caye engalaná de tóh nuehtroh puebloh, hatta loh númeroh (atrazaoh) de la bonoloto y la primitiva azín como loh de loh ziegoh que nunca noh tocan... pero ¿y la iluzión der día a día, y zi cáe, eín? Güeno, a lo k'iba, qé é mu bonita zu revihta con er deporte, la curtura y tó y ejah afotoh de lah plazah en primavera y en verano con lah floreh y lah botellah y ezoh enormeh bazos de práctico y la pláyah llena de guiris medioenpelota y lah muéreh yevando repletoh azinmimmo de tó loh borzo de la compra, y loh niño enjugando en la plazah y loh torero cortando má orea que nunca, ¿eín? (Y loh furbolihtah también que me s'orviava, y la amoto a tó pahtilla, y loh cajtilliko en la caéza y loh pendienteh en la orea de nueztra uventú, que no por ezo zon tós unoh parguelah, ¡ah! y loh pogramah de la tele, con el pó está eze que tanto le gútta a mi Lorena del Carmen). Totá que rezurta quejtábamoh tóh tan aguhtico, ehcuchando al Bihbán cantándole a la Víen y a la Róza que eh ya má internajioná que el euro, y a esa de loh morroh zalío y una cara mala leche que no ze la zarta un zargento de la Verdeemérita o al Civera pidiéndole a eze mimmo zaento "que la detengan" por mentiroza y máh cozah y, ademá, er que no en la playa y er que sí en la picina de l'urbanisazión (que de tó tiene que habé en er mundo: ricoh y próbeh, güénoh y máloh, blancoh y negroh, zantah y meno zantah), cuando van y yegan loh zojoío por culo de loh moroh y noh invaden la inla Pereí, que aunque yo no zupe quezitía, zufiziente é que zea épañola pá que lo zéa má que ná y má que Gibrartá entero que va en camino de zé pofin ehpañó. (¡Ahín, con un pá de cooneh!). Er cazo eh que zin queré hazé ningún chitte delazunto, la coza ya ze ha pazao de cahtaño ohcuro (y nunca meón dicho por el coló de pié que tienen loh muhtafá). Y megpliko: allé, zin í má leo, ehtaba yo en er chiringuito la Vanessa con mih doh compaheh, uno er Rafaé, er cuñáo delamadó, el primo del Ozé (q.e.p.d.), y el otro elantonio, que imita ar peíto meón quer mimmo peíto, cuando va y me zu nosazerca un berebé (o como pólla ze le diga aóra: magrebí, rifeño, marroquín, gurugú) queriéndonoh vendé una anfombra con unoh dibuhicoh que loh haze meón en zu libreta mi Yessica Mari de las Angustias y también un ventilaó de pie y una caña de pehcá, chiquitiya y "barata, paisa, muy barata, paisa, ¿cuánto me das por las tres cosas?", decía y no paraba de repetín una y otra veh er moro Muza. Totá, que precizamente en eze momento echaban por el telediario lo de la imbazión de la ihla del perehín y nos quedemoh tóh como se quedaba el Guerra cuando pazába argo que no le gustába: "PAH-MA-OH". Tanto er Rafaé como elantoónio (y yo, cláro) comenzemoh a dirigir nuestrah miradah ar televizó y ar moro de la alfombra y del mimmo moro a la alfombra, y después a la caña de pehcá, y de la caña de pehcá al ventilaó, y güerta a empezá: ar televizó, ar moro de la alfombra, a la alfombra, a la caña de pehcá, y de la caña de pehcá al ventilaó, y azí zucezivamente cada vé má rápido y zin zabé naide ni qué decí ni que hazén. Totá, que en otro momento determinao pareze quer mojamé ze dio cuenta de qué iba la nota y quizo zalí por patas de allí que zi no é pohque ze le puzo delante elantonio y lempidió la zalía el otro se va como había llegao: máh negro quer tizón y má chupao que la pipa un indio. "¡Ah, no! Encima de connúoh apaleaoh, deso ni hablá!", le gritó riéndose elantonio que se había abierto de patas lo mismico que el Yonguaine cuando le va a meter treh tiroh entre pecho y ehparda ar pringao de turno. Y ademá gritó dehcohonándoze: "¡A mí la Legión!". Ezo, de cuando él estuvo en el Tercio dale que te pego a tó lo que piyaba por delante. Lo que pazó dipué ya ze lo pué uhté imaginá, como diría er curto del Roberto: trinquemoh entre loh treh ar subdito alauí (¡aluán, a la bimbombán!) y lo acristianemos a baze de ostiah, azín que le pusimos el careto guapoguapo de cooneh. Por la gloria de Frahquito que éze no güerve máh a tocanno la mancha militá delante de nuestrah nariceh: "Bueno, bonito, barato, paisa. ¿Cuánto me das? Bueno, bonito, barato". Uzté me comprende, ¿no? Loh que habían en er bá, aparte de nozotroh, zí que lo comprendieron perfetamente pó acabemos allí con la custión como má o menoh dijo er del bigote: "Teníamosss un poblema y lo hemosss arreglao". (Con ehta gente a ohtiah, claro). Po zierto, el de la afoto montao encima del burro con la banderica levantá, ¿aónde coño mira si el peñón le queda a su derecha? Ehtoh moroh, con tá de figurá en lah afotoh no zaben qué hacé. Menoh mal que tenemoh, como le digo, al Anná que eze zí que loh tiene bien puehtoh y ha dejao lah cozah donde tenían questá y resuerto el poblema como tenía que resorvelo, con la Legión y loh marineh, poniéndolos a tós en el zitio que le corresponde, y en menoh de lo que canta er muecín. De loh doh peñoneh eh de lo que hablo, zí, el de Gibrartá y er de Perehín, que ha zío, zon y zerán máh ehpañoleh quér Fary o la Lola Flores (q.e.p.d.), por citar.
Firmado: Un españó del Atleti. ------------------------------ . NOTA DE LA REDACCIÓN: Por su extraordinario y emotivo valor sociológico y humano, transcribimos íntegra -y fonéticamente- el texto de referencia, escrito, suponemos, en origen en forma epistolar y rescatado felizmente del fondo de nuestro irrefutable buzón de voz. (Sin fecha. Como siempre).
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